Nunca me gustó la expresión “a calzón quitado” que ayer empleó Rajoy para referirse a la necesidad de que el gobierno se siente a hablar con las comunidades autónomas sobre las cuentas públicas.
Será que “calzón” suena a viejo, a rancio, a calzoncillos largos y a prenda usada, pasada de moda, pasada de fecha y pasada de horas. O quizás resulta más inconveniente lo que muestra el calzón quitado teniendo en cuenta todo lo anterior: la vejez, la reutilización o el infrecuente paso por la lavadora. En definitiva, prefiero hablar “a cara descubierta” que “a calzón quitado”. Ya sé que hoy nadie va embozado por la calle y por tanto es más anacrónica esa expresión que la otra pero resulta más elegante, dónde va a poner.
La cuestión, en cualquier caso, es mostrar las vergüenzas que es de lo que se trata; evitar la falsedad, la ocultación y el truco. Para eso ni calzones ni embozos ni lifting contables.
Lo malo es que, siendo buena la idea, al ciudadano le molesta su utilización política. Unos, echando las campanas al vuelo para aventar lo manirrotos que eran los anteriores; los otros, haciéndose los ofendidos por lo que revelan los nuevos inquilinos de los palacios autonómicos. En ambos casos, haciendo campaña para ¡dentro de diez meses! Me da un vahído solo de pensarlo. Más fuerte si cabe que después de quitarse alguno los calzones.
Ya sé que todo esto estaba más previsto que las broncas de un reality y que los guionistas de la vida política, de nuestra “ala oeste de La Moncloa”, ya lo habían escrito en algún lado pero eso no quita para que una se indigne. Hay motivos.
Además no puedo evitar recordar otros modos parecidos de alcanzar el poder a toda costa. A veces es movilizando la calle contra el bigote de Aznar incluso llamándole asesino a 24 horas de ir a votar; otras, enseñándole la cartera vacía al ciudadano que no llega a fin de mes y hacer creer que les viene de nuevas.