Uno de los problemas para los acampados en Sol -y en otras plazas- es la existencia de especímenes aprovechados. Algunos se aprovechan de la tribuna para soltar sus rabietas contra el mundo en general o contra un ex en particular y otros se aprovechan de que hay barra libre en el condumio.
Este último caso me ha llamado poderosamente la atención, sobre todo, por la forma de gestionar el asunto. No es fácil y por eso merece la pena analizarlo.
La cuestión es que en las acampadas -una vez pasados los primeros momentos de desorientación e improvisación que requirieron de la bondad de los próximos o de los locales cercanos para dar bocadillos a la gente- se organizó la dispensación de comida. El problema surgió cuando detectaron que a la fila de ‘indignados’ se unían otros, ya fueran personas sin hogar que vieron allí una oportunidad de comida caliente, ya fueran jóvenes que volvían de juerga e intentaban desayunar por la cara.
Conscientes del asunto, los portavoces del movimiento 15M en cada lugar dejaron bien claro que allí solo se iba a dar de comer a quienes estuvieran acampados e indignados afines. Y ahí está la clave.
Entiendo que, como dicen, su finalidad, en medio de la Puerta del Sol o de la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, no es dar de comer al hambriento. Excepto que sea un hambriento de justicia. «No somos un comedor social», han dicho en alguna ocasión. Y tienen razón. No lo son. Y no deben convertirse en uno de ellos descontrolado y sin permiso municipal. Sin embargo, un sin techo que está en la calle por no pagar la hipoteca ¿acaso no es un indignado?
Ya sé que esas calderas se preparaban para los acampados pero ¿cómo saber si uno está allí de protesta o acaba de llegar? Para eso tendría que organizarse un cierto censo y expedir un cierto carnet. En definitiva, crear ‘un sistema’ que diferencie al que pertenece a él y excluya al resto. ¿Será siempre necesario?