Casi la mitad de los valencianos cree en la reencarnación, según un informe que acaba de hacerse público, y es algo que me sorprende en un entorno tan descreído. No digo que sea malo sino que las cifras de personas convencidas de que hay otra vida después de ésta, con un cielo y un infierno, no crecen sino disminuyen, en cambio es bastante alta la de aquellos que, puestos a confiar en que se les dé otra oportunidad, lo hacen pensando que será en otro ser.
A mí me cuesta. Me cuesta más que creer en la resurrección y eso que no es fácil. Sin embargo, me encantaría que acertaran quienes dicen que el karma determina las condiciones del ‘retorno’ a la vida y las buenas y malas acciones nos encaminan a reencarnarnos en un precioso cisne o en una asquerosa rata. La pena es no poder disfrutar viendo a un enemigo odioso vagar por las alcantarillas en busca de comida, aunque nos queda el consuelo de verle vagar por el mundo babeando por un ascenso o disputándole a otra rata su trozo de basura.
Hay algo de la reencarnación que me gustaría saber. ¿En qué se transforman los animales maltratados y abandonados? Solo me los imagino adquiriendo la forma de humanos bondadosos y tenaces, empeñados en erradicar la injusticia y la maldad de este mundo. Y por el contrario, quienes maltratan o dañan a los animales por diversión o por crueldad no entiendo que puedan volver en la piel de otro ser mejor. Por eso no les deseo que se reencarnen en perros maltratados y abandonados. Eso sería dar por hecho que su nueva vida es la de un ser noble y además que sigue habiendo maltrato.
Por mi parte no quiero, como muchos valencianos, convertirme en George Clooney o Bill Gates en mi próxima vida. Ni siquiera en águila o delfín. Los primeros, porque no me hace falta ser rica o famosa para ser feliz. Los segundos, porque no creo que lo merezca. Me conformaría con ser nube para mirarlos desde arriba y aprender de ellos.