Una de las máximas de Rubalcaba, convertida en mantra de la temporada, es que la crisis la deben pagar los ricos, los bancos y los que tienen mucho patrimonio.
El candidato es suficientemente listo como para saber que este último punto es muy complejo. La razón es que el impuesto de sucesiones, al final, grava más a las familias que dejan un piso a los hijos después de haber estado pagando durante décadas, que a quienes tienen grandes fortunas. Ésas, no sabemos cómo, consiguen evadir impuestos y terminan en paraísos fiscales.
Lo curioso es que en ese discurso -que suscribo- no encuentro apenas mención a los políticos que han derrochado dinero público. No digo el que se lo ha quedado. Ese directamente ha de ir a Picassent previo reembolso de lo birlado. Digo quienes han gastado a manos rotas sin pensar en lo que suponía endeudar a la comunidad que le pagaba para gestionar su dinero. Es como un mal administrador de fincas que, de pronto, dice que no hay recursos para arreglar una tubería a pesar de haber recaudado anualmente lo necesario.
Pienso en ello cada vez que me encuentro una noticia de bodas. De bodas en lugares no convencionales. El Palau de Les Arts, en Valencia o el Nou Camp, en Barcelona. Ambos van a alquilarse para quienes quieran casarse allí. De hecho fue precisamente un futbolista quien estrenó el edificio de Calatrava para esos menesteres.
Ahora el ayuntamiento de Cáceres va a hacer un inventario para saber qué edificios públicos están disponibles con el fin de recaudar y llenar los agujeros que tienen. No me extrañaría ver decisiones parecidas en todas las administraciones locales. Es más, porque no me caso, que si no, lo haría en el Micalet, previo alquiler, para que los invitados, al menos, hagan ejercicio antes de los canapés.
Está bien obtener recursos y hacer rentables los edificios pero mejor hubiera sido pensar si eran necesarios y autofinanciables.