La Justicia ha dejado libre de todo cargo -a falta de un asunto fiscal- a Marta Domínguez. Ni se dopó ni contribuyó a que otros lo hicieran. Sin embargo en este país se dijo de todo cuando las sospechas cayeron sobre ella. Yo entiendo que la Justicia tiene que hacer su trabajo y más vale que investigue de más que de menos pero ¿era necesario hacer pasar a alguien este calvario?
Lo cierto es que no fueron la Policía ni los jueces o fiscales quienes la masacraron. Fueron algunas voces desde los medios de comunicación y la propia dinámica de éstos. El día que se conoce su inclusión en una investigación su foto y su nombre llena las portadas. Hoy, como el pasado mes de abril cuando se sobreseyó el caso, no tanto.
Se me dirá que el impacto no es el mismo. En efecto, cuando se le implica, la sorpresa es enorme; ahora llama menos la atención. Sin embargo también sabemos todos que el impacto mediático se provoca, cuando interesa. Si no preocupa el tema a la gente, se hace que preocupe. Sería lo justo. Sobre eso hay incluso obligaciones legales de publicar una corrección en las mismas condiciones de la noticia errónea. El problema es que aquí no se trata de un error.
Marta estaba implicada en aquella operación. Ahora la Justicia no ve motivo para ello. No ha habido error sino excesivo celo, quizás. ¿Y cómo se compensa eso? No es solo una responsabilidad de los periodistas. Es verdad que podían darle la misma importancia, tiempo de comentario o dedicación que cuando se le presentó como delincuente y mal atleta. Sería lo justo.
Sin embargo también es la Justicia la que debería velar por esas personas. Del mismo modo que se tiene en cuenta el escándalo social de un caso para no conceder la libertad provisional a un delincuente, debería aplicarse al contrario, es decir, evaluar el daño que puede hacer a un personaje popular su implicación en una investigación antes de hacerla pública.