Ayer a mediodía, cuando se conoció el auto de Flors sobre el juicio a Francisco Camps y otros dirigentes, solo dos medios dejaron la noticia en un tercer, cuarto o quinto plano. Ni siquiera en un segundo, que hubiera sido discutible, sino en un quinto. O más.
Esos medios eran los de Intereconomía, como La Gaceta, y Canal 9. Los primeros son privados y si quieren ofrecer una visión de la realidad ajustada a sus manías, filias y fobias, pueden hacerlo. Sus lectores serán quienes los avalen o los dejen morir de sectarismo.
El segundo, en cambio, es público. Y ahí las cosas cambian.
Debería decir que no cambian en lo esencial, esto es, en los principios periodísticos iguales para todos, pero en verdad cada uno interpreta según su visión de la realidad.
Ayer Canal 9 me entristeció. No voy a decir que me indignó, me avergonzó o me enfadó. Eso lo viene haciendo desde hace tiempo. Lo de ayer me apenó por los profesionales que forman el medio y que no merecen poner en jaque su prestigio. A algunos los conozco; los he visto ‘crecer’ como comunicadores; recuerdo sus primeras prácticas emocionados de trabajar en un gran medio y sus primeros directos, nerviosos como cien novias en su boda.
A algunos le he hablado en clase de cómo hay factores que dan más importancia a una noticia que a otra: si se produce cerca; si quien la protagoniza es alguien conocido; si el hecho es atípico; si tiene morbo o si las consecuencias son importantes para muchos. Todo ello hace que algunos días las portadas de los periódicos parezcan gemelas y, otros, nos hagan creer que se refieren a días distintos.
Pero hay días en los que, guste o no, la noticia, ‘la noticia’ es una y todos la cuentan aunque no la compartan, como decía Johnson. Ayer, hoy, la noticia es la apertura de juicio oral a Camps. Si un alumno me dice que es Marta Domínguez o las playas a rebosar, lo suspendo. Pues con eso abría ayer Canal 9.