Reconozco que leer el mismo día el informe del Observatorio Español de Racismo y Xenofobia y las declaraciones del ya ex embajador israelí en España me ha dejado mal sabor de boca para un tranquilo domingo de julio.
Según el Observatorio, los españoles ya no vemos con tan buenos ojos a los inmigrantes: son demasiados, acaparan ayudas y bien podrían volverse a su país, viene a decir la mayoría. El embajador, por su parte, alerta de un antisemitismo que casa mal con la apuesta española por ser crisol de culturas y alianza de civilizaciones. O simplemente es coherente con lo peor de su historia: la expulsión del diferente. ¿Diferente a quién?, es la pregunta. Porque siempre hay un quien con quien compararse para decir que uno es similar o diferente.
Lo pensaba mientras leía los datos del informe sobre racismo. Casi un 40% dice que es razonable que se contrate antes a un español que a un extranjero. Y ahí me surge la duda del ‘diferente’. ¿Es diferente un extranjero cuando trabaja? ¿Es ‘extranjero’ o es ‘un trabajador’? Sencillamente, lo hace bien o lo hace mal y eso justifica su contratación o su despido.
Si aplicamos en esa situación un criterio de discriminación positiva hacia el español estaremos cayendo en una endogamia peligrosa y por supuesto injusta. Nada explica esa discriminación. Yo ni siquiera la defiendo la de la mujer pero entiendo el argumento: se trata de paliar una desigualdad histórica. Sin embargo, ¿la ha habido entre españoles y extranjeros? En absoluto.
En una palabra, hacer eso es una regresión al siglo pasado. Y lo peor es cómo se sostienen los argumentos del informe. Decir que los inmigrantes son ‘el colectivo más protegido’ es terrible. Es desconocer su realidad, su vulnerabilidad y sus condiciones de vida. Y eso solo puede significar que estamos construyendo una imagen falsa sobre prejuicios de ignorantes. La antesala de la xenofobia y la puerta al pogromo.