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María José Pou

iPou 3.0

Consumatum est

No fue un día feliz. El de ayer no fue un momento de alegría o una jornada de celebración ni siquiera para los enemigos de Camps.

Es cierto que algunos llevaban siglos pidiendo que Francisco Camps fuera finiquitado definitivamente pero el modo de terminar no ha sido el mejor posible. Ni para sus oponentes es un momento de exaltación. Terminan con el monstruo, es verdad, pero se quedan sin un pim-pam-pum ideal, perfecto para las bromas y estereotipado hasta la náusea. El traje, la percha, la ridiculización de su figura… todo eso ha terminado. Ya no podrá ser usado como arma de destrucción masiva. Ya no habrá más camisetas en Les Corts.

Ayer hasta su traje parecía rebelarse de tan holgado que le quedaba. Harto quizás de que una carrera política se resuma en “el de los trajes” y cansado el propio Camps de ser presentado como un hombre deshonesto. Si no lo es –y eso dicen quienes le conocen- debe de ser una tortura estar escuchándolo día y noche. Si por fin se demostrara falso todo, su figura podrá engrandecerse pero la cicatriz no se borrará.

No fue una jornada feliz aunque fuera liberadora para el protagonista. Tampoco para Rajoy aunque haya resultado vencedor del pulso sostenido con el presidente Camps durante meses. Rajoy es el vencedor amargo de esta derrota. Y lo es también por su propia responsabilidad.

La imagen de ayer nunca debió haberse producido. Pudo evitarse y no se hizo. Más de un votante preguntaba “¿y ahora qué? Yo le voté a él, no a Rajoy”. Y era verdad. Ganó Rajoy porque el caso había llegado a un punto en el que el duelo solo permitía un vencedor. Si acudía a pagar y admitía la culpa, tal y como pretendía el partido, Rajoy podía tener una campaña tranquila, que era de lo que se trataba. Si no lo hacía y era juzgado en vísperas electorales, el coste político para el presidente del PP podía ser elevadísimo aunque fuera el único modo que le quedaba a Camps de demostrar su inocencia. Desconozco ahora, por cierto, si este modo de evitar un desgaste electoral no será al final el que reste votos al PP en la Comunidad. Puede que sus seguidores penalicen así el sacrificio de su líder para alcanzar La Moncloa.

Por tanto, ha vencido la real politik. Ha ganado la política. El partido. Quizás España. Pero no sé si la Comunidad Valenciana que hace media hora, como quien dice, eligió a Camps para cuatro años más. Podía haberse evitado, decía. Sin duda. Podía no haber sido designado candidato. Todo ese proceso se forzó de forma abusiva. Y Rajoy no se pronunciaba por no pronunciar un “no”. También podía haberse apartado él mismo de la primera fila hasta resolver el contencioso. Y Rajoy podía haber dado un golpe de fuerza entonces y no ahora.

Pero ya está. Camps, por fin, después de su particular calvario, ha llegado al Gólgota y se ha dejado crucificar. Y, como el Crucificado, ha dicho “Consumatum est” (“Todo está cumplido”), una sentencia que habla de la obediencia debida y del sacrificio de un enviado al matadero. Ha obedecido sin tragar el sapo de una culpa que dice no tener. Si eso es así, ha puesto su dignidad por encima de todo y ha hecho bien. Ni siquiera en política debe ponerse la dignidad por debajo de otros fines. Por eso debía haberse evitado este triste espectáculo. Por él, por el partido y por los valencianos.

Se dice inocente y debe de ser el único que a estas alturas defiende la inocencia como principio rector de la investigación judicial. Aunque a los demás se nos llene la boca con una Constitución que la presume para todos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.