En cuanto sucede una tragedia como la de Noruega, lo primero que queremos saber es quién lo ha hecho, pero sobre todo por qué. Es la pregunta que nos da la tranquilidad de tener un factor de riesgo bajo control.
Sin embargo, la presión a la que se somete a la policía para que ofrezca algún dato puede resultar perjudicial en la medida en que aventura como respuesta lo que no son más que posibilidades y detalles quizás no relacionados.
Ayer sentí por primera vez lo que debe de sentir un musulmán de bien cada vez que un atentado es atribuido a ‘islamistas radicales’. Le imagino, como yo, rechazando la violencia como medio para obtener cualesquiera fines y pensando que el nombre de Dios nunca puede ser usado para la muerte. Y sin embargo ha de enfrentarse a esa realidad ya establecida que relaciona Islam y terrorismo. En mi caso, cristianismo y terrorismo.
El dato de que el sospechoso de Noruega era fundamentalista cristiano se dio junto a otros, procedentes de su perfil de Facebook, de sus antecedentes o sin fuente concreta, que nada tenían que ver con la violencia, como que le gustaba la música clásica o la ‘Crítica de la Razón Pura’ de Kant. Ante ninguno de estos dos últimos detalles pensamos que había un caldo de cultivo razonable para la matanza pero quizás sí cuando decimos que es un fundamentalista cristiano. ¿Por qué?
Reconozco que algunas voces de esos extremistas cristianos me dan pavor cuando las escucho aunque no conozco a ninguno capaz de matar por obtener sus fines. Creo.
No deja de ser una práctica preocupante aunque inevitable. Me refiero a revelar esos datos dando a entender que son factores de riesgo en una persona. Lo son en un desequilibrado, como puede serlo ver una película de asesinatos masivos, pero no por sí mismos. O no deben serlo. Es peligroso ofrecer explicaciones que presenten las opciones religiosas como sospechosas. Al menos, hay que ser más prudentes.