Si un preso de ETA se pone en huelga de hambre es portada de The Times pero si es un preso común quien lo hace solo se gana una esquela y un breve. Porque solo es noticia cuando se muere.
Hace un par de días murió en Teruel un preso que se decía inocente de violación y robo. Era de origen marroquí y quería que revisaran su sentencia pero, según la información publicada, «nadie aportó nuevas pruebas» para reabrir el caso.
Lo llamativo es cómo hemos pasado todos de puntillas durante los cinco meses que ha durado la huelga. Y aún ahora, habida cuenta de que es la primera vez que llega hasta la muerte.
No estoy diciendo que fuera inocente, que tuviera razón o que requiriera centrar toda la atención sobre sí. Se me dirá que si hacemos eso, todos los presos se pondrán en huelga para conseguir impacto mediático. No creo que eso sucediera y desde luego no con las trágicas consecuencias de este caso. No es fácil una huelga de hambre y mucho menos llevarla hasta el extremo viendo que antes se pierde la vida que las instituciones alteran los procedimientos.
Lo que quiero decir es que solo con pertenecer a ETA o quizás a Al Qaeda, este hombre hubiera concitado el interés de la prensa y con él de los políticos y de toda la sociedad. Quizás hubiera habido movilizaciones y muestras de solidaridad como en otros tiempos las hubo con los etarras o con los GRAPO que también chantajearon al Estado con la huelga.
Como mínimo nos hubiéramos preguntado por qué y cómo evitar que llegara a fallecer. Se hubieran alzado voces reclamando tal vez un debate sobre la capacidad del Estado para alimentar forzosamente al preso. Todo eso que sucedió con otros como De Juana Chaos.
Pero no. Nos hemos enterado cuando ha muerto. ¿Ha sido porque era marroquí o sencillamente porque no tenía a un abogado famoso al lado? Me conformaría con que alguien pidiera explicaciones al ministro del Interior. Aunque no sea un etarra.