Odio volver de vacaciones. Volver a la rutina es ver las mismas caras, hacer los mismos gestos, recibir las mismas respuestas y, posiblemente, llegar a las mismas conclusiones. Quizás hasta escribir las mismas columnas. Significa entrar en una rutina que nos lleva al invierno, las Fallas, la mona de Pascua y, por fin, el verano.

Este año, además, la entrada del otoño será la repetición de una campaña electoral demasiado reciente. Se me dirá que la última era local pero realmente ¿no fue una campaña estatal? Si no lo fue, estuvo cerca, prueba de ello es el éxito en las urnas de Camps y su ‘extirpación’ preventiva posterior.

Sin embargo, hay algo más en este arranque de temporada que me cuesta aceptar. Veo a Cospedal recortando hasta un 90% de empresas públicas; a José Bono diciendo que es un disparate que haya Defensor del Pueblo en cada comunidad autónoma y al propio Rubalcaba sugiriendo medidas para favorecer el empleo y, en cada noticia pienso, ¿pero esta o este no son los mismos que estaban antes? Cuando digo ‘antes’ me refiero a ‘hace mucho tiempo’, no a ‘anteayer’.

Ni Cospedal ni Bono o Rubalcaba son nuevos en el mundo político. Incluso diría más: ya han ejercido labores de gobierno y/o de oposición. Hasta hace media hora. ¿No sabían, pues, que se hinchaban las administraciones o que en este país había trabajo seguro para un chupatintas arrimado al partido pero no para un humilde autónomo o un sencillo recién licenciado en prácticas?

Quienes nos gobiernan son los mismos que nos han gobernado antes y han permitido que viviéramos muy por encima de nuestras posibilidades. Y no acepto que se me digan aquello de que la crisis no era previsible. Lo era (hubo voces que alertaron de ello) pero sobre todo lo era para quien considera el dinero público un bien colectivo y necesitado de protección. En una palabra, para quien mira el euro de todos como si fuera suyo. No al revés.