Una de la tareas más difíciles de un dirigente, político o empresarial, es acertar con un nombramiento. Relacionar a una persona con un cargo no es únicamente ejercer la potestad de designarle sino tomarse la molestia de evaluar si es la persona más adecuada para esa tarea y, al mismo tiempo, si esa tarea es la que mejor puede desempeñar.
Hay quien elige por amistad, simpatía, dominación, estrategia o ganas de fastidiar pero eso solo consigue perjudicar a la organización pues no solo no hará bien su trabajo sino que impedirá que alguien preparado lo haga. Así se llega a la cumbre de la inoperancia con el llamado ‘Principio de Peter’ según el cual una persona puede subir en la escala laboral u organizacional hasta su mayor nivel de incompetencia.
No diría tanto en el caso que nos ocupa pero no anda lejos. Me refiero a José Blanco como portavoz del gobierno. Creo que era un buen portavoz del PSOE en la medida en que aprovechaba sus intervenciones para dar collejas al contrario. Sin embargo esa actitud resulta inapropiada para un portavoz gubernamental. Una cosa es defender su posición en nombre de una organización naturalmente enfrentada a otras -en el mejor sentido, pues así se construye el pluralismo- y otra, muy distinta, hablar en nombre del gobierno de la nación.
El partido se debe a sus afiliados y votantes; el gobierno, a todos los ciudadanos. Esa es la diferencia y no es baladí. De hecho, cuando se olvida, aparece el sectarismo que hemos visto no pocas veces en este país.
Valoro que Blanco sepa ejercer ese rol cuando se sienta ante la prensa tras el Consejo de Ministros de los viernes sin embargo lo olvida en otras circunstancias en las que retoma su antigua función de vocero socialista. Es lo ocurrido ayer en la reunión del PSOE navarro donde acusó al PP de haber sacado «la motosierra de los recortes». En especial cuando fue su gobierno quien la puso en marcha.