Nunca he sido aficionada a las drogas, salvo la morcilla de arroz, un buen jamón y el estofado de ternera con chocolate que hacía mi madre. Por lo demás, hubo un tiempo en que fumé hasta que la otorrinolaringóloga me pronosticó faringitis crónica a los treinta. Entonces lo dejé. ¿Quién puede ser tan estúpido como para padecer una enfermedad evitable por inhalar un humo que no proporciona nada bueno y reduce la expectativa de vida y el poder adquisitivo?
En eso pensaba al conocer la moda del estramonio que algunos ingenuos se meten. ¿Quién puede ser tan idiota como para morir por probar experiencias alucinógenas existiendo Rubalcaba, el candidato límbico; Cospedal manos tijeras y Aguirre, la escribiente?
Es lo bueno que tiene la crisis, que nos permite colocarnos sin gastarnos un euro y sin camellos asesinos que mezclen estramonio con talco y un vasito de míster Proper. Para flipar no hay más que ver los informativos como si fueran anuncios y al revés; hacer zapping entre Wyoming y el Gato al agua y al día siguiente leer las historias ciertas de gente real. Sin reírse.
Vivimos tiempos de estramonio. Love is in the air, cantaba Cat Stevens, pues yo os digo «Estramonio is in the air». Flipemos, brothers.
Cada vez que me asalta la voz de un candidato, sea Ra o sea Ru, da igual, y promete que sube impuestos, que los baja, que solo los riquísimos pagarán, que solo los paupérrimos sobrevivirán y que, si no, vendrá SuperMerkel a rescatarnos de las heladas aguas del Atlántico o moriremos aferrados al Titanic del Queen Zapatero-estamos-en-la-Champions-de-la-economía, cojo un bol de palomitas y me pongo las gafas de 3D. Así, al menos, noto las turbulencias bursátiles como si de un pajarraco azul de Avatar me llevara en volandas por un mundo de ficción.
¿Creen que flipo? Sí. Y sin estramonio. No sé cómo estas criaturas necesitan cosas raras para fliparlo. Yo abro un periódico y vuelo.