Ya sé que la moda es un sector estratégico del que viven miles de valencianos. Solo si pensamos en el calzado nos damos cuenta del peso que tiene la actividad de vestirnos una temporada tras otra.
Sin embargo, leer en una página de prensa cómo unos compatriotas acuden de noche a los contenedores de los supermercados y en otra el encuentro mágico de los VIPS que pueblan la Fashion Week, tiene algo de obsceno.
No seré yo quien critique la presencia de grandes fortunas o de fortunas semidesnatadas en nuestro territorio para que se dejen sus buenos euros en restaurantes a los que no van quienes se comen unas alitas de pollo en un banquito de las grandes vías, pero me pregunto cómo podemos vivir con unos contrastes así y continuar como si nada.
Se me podrá decir que el mundo entero en el que estamos se asienta sobre esa dicotomía: una mesa de ricos cuyas migajas recogen los pobres. En efecto, hasta Cristo usó la imagen con la parábola de Lázaro y el rico epulón. En ella el rico celebra banquetes mientras el pobre está a las puertas esperando que caiga algo de la mesa y viendo cómo los perros le lamen las heridas.
Eso mismo es el rico Occidente, que tira sus excedentes de comida para que no bajen los precios mientras la mitad de Asia, América y casi toda África no saben con qué alimentar a sus hijos.
Lo preocupante es que se esté acentuando la brecha entre unos y otros y ya ni siquiera podamos decir que es un problema de un estado africano nacido de la unión de tribus enfrentadas por los recursos naturales y con una clase dirigente corrupta.
Lo tenemos en casa. En el súper más cercano. Y no son pobres de solemnidad pero de aquí a unos meses, de ser ciertos los negros augurios que nos cuentan, podrían engrosar las colas en la Casa de la Caridad o en Caritas.
Y mientras, seguiremos entretenidos con los fastos de los saraos vips del verano o con el menú de la boda en la Casa de Alba.