Desde aquella de las Azores, desconfío de toda fotografía que recoja un instante glorioso de una Santa Alianza. La de Aznar con Bush y Blair no fue la primera, es cierto; antes vimos a Churchill, Roosevelt y Stalin, pero la de las Azores era la ‘nuestra’.
En todas, los grandes líderes aparecen dispuestos a salvar el mundo. Y, pasado un tiempo, vemos lo hipócrita, fútil o indecente de ese pacto entre ‘caballeros’ (leáse varones, no honorables).
Por eso cuando vi ayer a David Cameron y Nicholas Sarkozy en Bengasi arengando a las masas contra un dictador al que han jaleado, financiado y recibido en sus cancillerías, me vinieron a la cabeza las Azores, Yalta y otros salvapatrias reunidos.
Por una vez me alegré de que Zapatero no se hubiera embarcado en esa escena de vodevil solo apta para opiniones públicas ociosas o desesperanzadas. ¿Qué demonios, debió de pensar un británico de bien, hace el Primer ministro en Trípoli con la que tiene en casa y apoyando a un futuro régimen que da por hecho que la sharia es fuente del Derecho en un país democrático?
De Sarko no digo nada porque los franceses ya lo han dicho todo y porque ya ha demostrado reiteradamente que tiene vocación de Clark Kent. Allá donde haya un fotógrafo dispuesto a retratarlo con la capa, sombrero con pluma de ganso y a lomos de un caballo blanco, no faltará él. Eccolo! Si encima puede evitarse las últimas semanas de embarazo de Carla, mucho mejor, debió de pensar de inmediato.
Fuera de bromas y metáforas intrascendentes, me preocupa que nos arrepintamos todos de esa nueva ‘foto de las Azores’. Eso por no preguntar por qué allí sí y en otros sitios no, lo que me lleva a reforzar una cierta sospecha acerca del oportuno estallido de la ‘primavera árabe’. No me la creo. No me creo la espontaneidad. Creo más en los servicios secretos que en el florecer de un movimiento inocente. La foto de Cameron y Sarkozy me reafirma.