No envidio a los ricos. Quizás a los riquísimos “da morire” de ésos que no saben ni lo que cuesta un café porque siempre se lo toman en el jet privado, sí, pero de los ricos sin más, no.
No diré que no me gustaría tener lo suficiente como para no pensar en ello y sobre todo como para disfrutar a todas horas, incluso, trabajando cuando y para quien me plazca, como al escribir en estas páginas. Sería idiota si no dijera que sí, que me encantaría que el dinero no fuera una preocupación para mí, que me gustaría trabajar por placer y no por ganar un salario o que preferiría no tener que abrir los recibos que llegan cada día. Pero hasta ahí. No más.
Por eso no puedo incluirme en la frase que pronunció ayer Blanco sobre el impuesto de Patrimonio: “hay millones de españoles que querrían pagar ese impuesto”. Imagino que se refiere a quienes preferirían pagar con tal de tener tantísimo. Pues no es mi caso.
Frente a quienes quieren ganar más aunque paguen más, yo estoy haciendo el camino opuesto: vivir más aunque con menos con objeto de vivir mejor. No es una paradoja pero es un difícil equilibrio casi imposible en tiempos de crisis.
La cuestión se plantea cuando tienes la opción de trabajar más horas o en más sitios y ganar de ese modo el doble. Y piensas ¿para qué? ¿Para tener más? ¿Sin tiempo ni ganas de disfrutarlo? Resulta extraño. No diré estúpido para no ofender a quien lo prefiera o, sobre todo, a quien no tiene más remedio con tal de sacar a una familia numerosa adelante, de pagar gastos sanitarios extraordinarios de un familiar o de luchar por los hijos allende el Atlántico.
Me refiero a quien no teniendo más objetivo que el tener (mejor coche, mejor casa, mejor chalet o mejor armario) solo vive para eso. No va conmigo. Hace menos de un mes me compré un coche. Pude presumir de uno de lujo pero opté por un Ibiza. El resto prefiero gastármelo en gasolina visitando a los amigos.