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María José Pou

iPou 3.0

Día de la bicicleta

Los domingos no suelo coger el coche. En la ciudad hago uso del transporte público o bien del privadísimo, es decir, mis dos patitas traseras.

Sin embargo, hoy que es el Día de la bicicleta voy a cogerlo. No es por fastidiar ni por resultar insolidaria. Siempre he defendido una ciudad slow, pensada para los ciudadanos y no para los coches, camiones o harleys a toda máquina.

Pero precisamente por eso voy a hacerlo: como señal de protesta al Ayuntamiento de Rita Barberá por presumir de ciudad hiperciclista pero no poner los medios para que lo sea sin perjudicar a quienes preferimos ir paseando.

Se me podrá decir que las ordenanzas municipales están claras. Las bicis, por su carril o por la calzada. Los peatones, por las aceras a excepción del carril bici y los coches por la calzada y respetando las ciclo-calles, a 30 por hora.

Sin embargo, hay regulación pero no coerción y quienes acabamos pagando somos los peatones y los ciclistas que cumplen arriesgándose.

Los coches ven las bicis como una molestia a la que esquivar. Las bicis, asustadas y/o indocumentadas, se suben a las aceras y los jardines públicos, aunque estén prohibidos para ellas. Allí los peatones, inconscientes y/o indocumentados invaden el carril bici y todo ello sucede sin multas que lo prevengan.

Al final quienes pretendemos pasear por el carril-peatón, es decir, por una acera sin vehículos de ningún tipo sea coche mal aparcado, moto que la recorre entera para no dar la vuelta, monopatín en modo concurso de saltos o bicicleta tintineante hasta la exasperación, vamos pegados a la pared y, desde allí tiramos la bolsa de basura al contenedor en modo Gasol por si un ciclista nos pega un grito por invadir un minuto su espacio aunque ellos los invadan todos continuamente.

Con la falta de control municipal esta ciudad ha conseguido lo imposible: trasladar a las aceras el caos circulatorio que viven ya sus calzadas.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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