Algunos pasan media vida reivindicando respeto al medio ambiente y al ser humano en general pero cuando se trata de la amenaza a una parte concreta de la Humanidad, que además coincide con sus narices, ya no generaliza el alegato. Entonces ya no canta «yo soy ciudadano del mundo, del mundo, del mundo», al ritmo de «yo soy español, español, español» sino que individualiza su queja, se pone a temblar y exige que no se le haga daño a él, aunque se haga a los demás.

Lo digo por las declaraciones en torno a la caída del satélite. No niego que sea más preocupante que siembre sus restos en Marqués del Turia que en un rincón alejado del Pacífico pero no deberíamos estar tranquilos en ningún caso.

Entiendo que la prioridad siempre es evitar daños personales pero a mí no me consuela pensar que ese trasto pueda quedar en el fondo del océano, o lo que es peor, que puedan estar haciéndolo otros artefactos y sus piezas de titanio.

Es tremendo saber que hay miles de cacharros como ése poblando el espacio y siguiendo una órbita-basurero hasta que decidan qué hacer con ellos. Que, por cierto, como se entere algún ayuntamiento atmosférico, con déficit estratosférico, nos hace pagar la tasa de residuos urbanos correspondiente.

Personalmente me molesta que no nos preocupen los océanos o la tierra en situaciones como ésta. Ni en ninguna otra. ¿Acaso no es un mal en sí mismo llenar las aguas o los desiertos de residuos espaciales? ¿Deberíamos seguir consintiendo que las zonas despobladas de desiertos australianos o de profundos océanos pacíficos sean la zona de seguridad de cualquier experimento espacial, nuclear o energético?

La defensa del medio ambiente no es del que pilla cerca de casa sino de todo él. Y el titanio del satélite cayendo sobre la tierra puede que no arrase el Palau de les Arts y ello nos alegre (o no) pero seguro que no produce beneficio en su camino.