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María José Pou

iPou 3.0

La postguerra financiera

Primero hablaron de ‘desaceleración’ cuando querían decir ‘crisis’ o, mejor dicho, cuando querían evitar decirlo. Ahora, con la crisis hasta el cuello, lo que intentan es no decir que viene curva, o sea, que viene lo peor de lo malo: la recesión.

Sin embargo, el ciudadano ya no confía en que digan la verdad o, por ser benevolentes, en que acierten en el pronóstico. Prueba de ello son los datos del CIS según los cuales hasta un 80% de los españoles creen que la situación económica es mala o muy mala. Un 80% creemos, tendría que escribir.

Lo que me parece más difícil es el cambio de visión. Es lo que debió de costarles a nuestros ancestros en los felices años 20 entre foxtrot y charleston. ¿Cómo desacostumbrarse a eso? De aquella inocencia feliz pasaron al crack del 29, a la crisis en los 30 y a la guerra mundial en los 40. Intento imaginarlo porque estoy convencida de que se avecina una postguerra, menos cruenta pero con su reguero de víctimas.

Una postguerra no implica necesariamente el desarrollo de un enfrentamiento bélico previo aunque suene a paradoja. Estamos asistiendo a una guerra financiera con ataques a países a través de su moneda o de la confianza de los mercados en su economía. Y el país responde con racionamiento, como en una postguerra.

Por eso cuando veo que se suprimen servicios, ágapes, sueldos, puestos de trabajo o recursos básicos pienso que lo que viene es una economía de guerra y postguerra como las vividas por nuestros abuelos.

Al menos, se aproxima. Y sobre todo, hemos de preparar la mentalidad para eso, para vivir con lo justo, para olvidar los felices 90 y saber que, como hacían nuestras abuelas en los 40, también se puede hacer sopa con las vainas y no solo con delicatessen traídas de lejos.

Hemos de aprender a ser pobres. A dejar los lujos que conocimos y a vivir con lo puesto. Eso es lo que más está costando a esta sociedad que un día se creyó rica.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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