Ayer todo el mundo quería ser el más ocurrente en sus condolencias por la muerte de Steve Jobs, el cofundador de Apple. Sin embargo, entre todos los comentarios ñoños, melancólicos o metafísicos, hubo uno que me gustó: el ‘hashtag’ (etiqueta) de Twitter ‘iSad’. ‘Sad’ en inglés es ‘triste’, de modo que alguien jugó con la ‘i’ de iPod, iPhone o iPad para ponérsela a su estado de ánimo. iSad.
Quizás me siento identificada porque en su día decidí bautizar mi blog con un ‘iPou’ en la estela Apple, marca que conocí a los 19 años y de la que no me he separado desde entonces. Solo una incursión en el mundo PC y una vuelta de hija pródiga que renegó del Windows para siempre.
No intento subir a los altares a Jobs como hemos hecho quizás entre todos en las últimas 24 horas. Sin embargo, hay que admitir que duele perder a alguien con su capacidad de innovar. Y más en estos tiempos de recesión también creativa, no solo económica.
La recesión creativa es peligrosísima porque un país o una comunidad no pueden avanzar si no hay quien marque el impulso para crecer, es decir, para romper techos establecidos.
Crear, inventar, imaginar y probar son verbos que tienen en común un aspecto: el riesgo. Cambiar es arriesgado. El miedoso se queda en la orilla y es el atrevido el que prueba a meterse en el agua para ver si cubre, para confirmar si está fría o para comprobar que no hay tiburones. Se arriesga pero abre caminos o disfruta de experiencias que no tiene el acobardado.
La innovación, esa ‘I’ que se une a las clásicas ‘investigación’ y ‘desarrollo’, es la clave de futuro. Lo estamos escuchando a los expertos desde que comenzara la crisis y ahora comprobamos lo que es: arriesgar.
Y la pregunta inevitable, entre tantas huelgas recientes, es ¿nuestro sistema educativo prepara para la innovación o solo para repetir patrones establecidos? Reflexionar sobre eso será la mejor lección del Santo Jobs.