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María José Pou

iPou 3.0

Urgencias y la Champions

Me lo habían contado hace tiempo. Era como un chisme recurrente entre quienes conocen estos servicios: cuando hay partido, no hay aglomeraciones en urgencias. Sin embargo, aún teniendo visos de realidad, pensaba que era el típico comentario que alguien lanza y se queda acuñado para siempre. Por eso me extrañó escuchárselo al presidente de los empresarios, Vicente Boluda. Entiendo que tiene su lógica pero de ahí a poner el caso de ejemplo para justificar el copago sanitario hay un abismo.

Cualquiera que haya ido a urgencias ha comprobado cómo hay determinadas horas en las que baja la intensidad de los ingresos. Sin embargo, hay más momentos en que los servicios se saturan y no hay sitio ni para los enfermos que están esperando en un pasillo o junto a la máquina de café, con sus vómitos, sus dolores y su miedo a lo que les come por dentro. En una palabra, en los que una se pregunta si esa es la Sanidad que merece la dignidad de los enfermos.

Por eso no deberíamos focalizar el interés en el mal uso de las urgencias sino en la razón de tal uso. Si a un ciudadano con un dolor terrible en la rodilla lo van citando para que le vea el médico de cabecera dentro de una semana; el especialista, dentro de seis; la radiografía, en tres meses y el inicio del tratamiento, en medio año, es razonable que opte por ir a urgencias donde consigue en una noche que lo vean, le hagan la placa y le digan qué le pasa.

Y en la mayoría de los casos no hay una premeditación censurable. Es puro hartazgo ante un sistema que no da cobertura a las necesidades. Es fruto de un cansancio o de una preocupación que solo va en aumento conforme falla un diagnóstico, un tratamiento o simplemente una lista de espera que nunca acaba.

Ir a urgencias nunca es preferible. Que se lo digan a cualquiera que haya pasado por allí con algo serio. No es un capricho, pero el ciudadano sabe que, al menos, puede lograr una respuesta.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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