Hay días en los que me gustaría asaltar las Tullerías. O más bien el Congreso de los Diputados a lomos de los leones de la puerta. Ayer fue uno de esos al saber que los diputados van a tener iPad y iPhone. No es que me parezca mal que se gasten medio millón de euros en algo absolutamente innecesario para su labor. No. Es que me dan ganas de quemar el Congreso. Y no intenten convencerme de que es imprescindible para su labor. ¡Y una porra!
Ustedes perdonen el arrebato pero cuando pienso en la de pizarras, bibliotecas escolares, ordenadores para clase, software mejorado para profesores, conexiones más rápidas a Internet en las aulas, sistemas de llamada de urgencia para mayores solos, móviles para mujeres amenazadas y tantas y tantas cosas que podrían comprarse con ese dinero, no es que se me lleven los demonios ¡es que me voy con ellos y dirijo la reunión!
Estoy muy molesta. Mucho. Ya sé que medio millón de euros no resuelve la vida de un país pero si vamos sumando gastos prescindibles como ese y además lo multiplicamos por cada Cámara autonómica, quizás podamos evitar la congelación de sueldos a los funcionarios o la supresión de convocatorias públicas.
¿Por qué un diputado necesita una tableta y no un médico o un conductor de autobús? ¿Qué aporta a la vida de un político ese trasto? ¿Poder jugar a los ‘Angry birds’ mientras habla Rajoy?
Mientras en este país hay decenas de autónomos que no solo no pueden pagar la factura de su móvil sino que ni siquiera lo van a mantener porque en estos mismos momentos se están dando de baja, los señores diputados no pueden vivir sin que les paguemos el suyo.
Por eso solo me cabe anunciar que, como vea a un solo diputado jugando con su tableta en el Congreso, me voy al juzgado de guardia a denunciarlo por malversación de caudales públicos. O me demuestran para qué lo necesitan o seguiré pensando que son unos sinvergüenzas. Palabra de ‘angry citizen’.