Conocí la tienda de los chicos guapos en Londres. Sí, me refiero a la que acaba de abrir en Madrid de cuyo nombre no haré eco si no me envían uno de esos por mensajero.

Me llevó mi compañera de piso bajo la promesa de «lo mejor son los dependientes». En efecto. Creo que eran lo mejor. Y digo creo porque la tienda estaba tan oscura que apenas veía la ropa pero sí los torsos desnudos de los dependientes modelos y las piernas ‘extra large’ de las dependientas.

Supongo que de ahora en adelante ocurrirá lo mismo en Madrid no sé si para escándalo de Bibiana Aído, del cardenal Rouco o de todos juntos en un extraño aquelarre de disgustos patrios.

Es cierto que son guapos, jóvenes y dignos de admiración sobre una pasarela pero desconozco si son buenos profesionales o únicamente una percha atractiva.

En cualquier caso no me escandaliza que vaya semidesnudos por la tienda, básicamente porque no es un lugar al que vaya a acudir de forma habitual para comprarme ropa. Ni habitual ni esporádica. No voy a ir. De hecho, en Londres, acudía diariamente a Regent’s St., muy cerca de la tienda, y no sentí nunca la necesidad de volver tras la primera visita.

Sin embargo no termina de gustarme el reclamo ‘cárnico’ para vender. Ya sé que es de lo más común. ¿Acaso no prometen sexo los anuncios de colonia, excepto Nenuco? ¿No se nos vende mejor acompañando el producto de un cuerpo 10? Sin duda. Por eso no debe extrañarnos la estrategia de esta célebre tienda norteamericana.

Pero una cosa es que no nos extrañe y otra, que aplaudamos una iniciativa que presenta a hombres y mujeres como objeto. Entiendo que hay libertad de comercio y que suena puritano decir que no me gusta esa forma de vender. Incluso me incomoda escribir esto. ¡Me siento ursulina de los cincuenta! Solo concluyo con que preferiría que esas prácticas que cosifican a la persona llegaran a desaparecer algún día.