Desconozco si es mala idea presentar un programa electoral horas antes de que se celebre Halloween, como algunos criticaron ayer a Rajoy, pero de lo que no tengo duda es de que resulta curioso que la discusión sobre los programas electorales se produzca en la víspera de ‘Todos los santos’.

Es como si coincidiera con el 28 de diciembre, con la salvedad de que entonces todos haríamos broma con la inocentada que nos gastan los partidos con sus programas. No es, pues, una inocentada pero sí un acto de fe.

Creer hoy en las promesas realizadas por unos y otros en vísperas de las elecciones es manifestar una fe profunda en un más allá lleno de gozo para los justos y penas infinitas para los pecadores. Para algunos, los primeros serán los desahuciados del mundo y los segundos, los banqueros, inversores y especuladores de la peor calaña y condición. Puede que usted y yo, por ejemplo, a poco que tengamos un fondo con los ahorros de toda una vida.

La festividad de hoy no es, como recuerda la Iglesia, una jornada dedicada a la muerte. Ésa es la de mañana, el día de ánimas. Hoy es para tener presentes a aquellos que, habiendo culminado el tránsito, ya están en la gloria eterna. Por eso me acongoja que nos presenten los programas electorales en una semana tan trascendente. Nunca mejor dicho.

¡Unos santos somos los ciudadanos en estos momentos! No quiero pensar que inocentes y, por tanto, fáciles de engañar, pero sí de una virtud elevada. Toda la que se necesita para aceptar que unos personajes que han demostrado su incapacidad para procurarnos unas condiciones de vida digna insistan en postularse de nuevo para el papel.

Somos almas en gracia limitándonos a enfadarnos sin cambiar la pancarta por la tarta. Y confiando, eso sí, en que existe una «comunión de los santos», según la cual aquellos que ya viven en el paraíso eterno velarán por quienes penamos todavía en este valle de lágrimas.