Lo peor del juicio de Txapote es que nos quedemos con el exabrupto y no con el relato.

El exabrupto fue pronunciado por la jueza Murillo al ver cómo los terroristas sonreían mientras la viuda contaba entre sollozos la muerte del marido. Al terminar, a la jueza le salió del alma, del hígado y del corazón exclamar «pobre mujer, y encima se ríen estos cabrones».

Un micrófono indiscreto lo captó y nos lo contó. Sin embargo, hubo otro micrófono que captó algo distinto, público y notorio: el espeluznante relato de la mujer. «Salí al balcón y lo vi en una esquina, lo vi que estaba contra un arbusto y que se estaba quemando a la vez que la furgoneta».

Es un relato mil veces repetido. Ella estaba en la cocina y oyó la explosión. No necesitó más. Supo que era su marido. ¿Cuántas veces hemos escuchado esto mismo?

Pero además en este caso la mujer explica una escena que habrá poblado sus sueños durante años. Es la estampa del horror con la que habrá estado luchando en las noches de soledad, tristeza y angustia. Un recuerdo con el que habrá batallado. Una lucha doble e imposible: eliminarlo y conservarlo al mismo tiempo pues es la peor imagen de su vida pero la última de su marido.

Y ante eso nos sorprendemos porque la jueza les llame cabrones. Tiene razón José Bono: dijo lo que todos pensamos. Son unos cabrones. Alguien capaz de producir ese daño y no derrumbarse al escuchar a su víctima lo es. Y más que me callo por no convertir esta columna en una retahíla de insultos.

Sin embargo Bono se equivoca cuando dice que el problema era el micro. No. El problema es que la Justicia levante la venda de los ojos para secarse la lágrima. Debe evitarlo aunque se deshaga en llanto al quitarse la toga.

Pero deberíamos preguntarnos por qué a otros profesionales imparciales como los periodistas se nos perdona eso mismo ante el terrorismo, la violencia de género o las catástrofes humanitarias.