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María José Pou

iPou 3.0

El corral de comedias

Decía Manuel Campo Vidal que el debate de ayer iba a ser el mejor «que hemos tenido nunca». Puede ser, pero no el mejor de los posibles.

Yo, puestos a elegir, prefiero los de las Cortes. La razón es la irrealidad que transmiten los debates en un plató inmaculado, esterilizado, controlado y limpio de gérmenes, esto es, de público. Es como un quirófano a punto para operar.

A estos debates les falta hilo musical. No me refiero a que pongan el típico sonsonete de consulta odontológica sino a banda sonora. A tumulto. A vida detrás del escenario. El problema es que, en la tele, para que haya eso solo hay dos opciones: risas enlatadas o público real. La primera sería fantástica. De hecho, estoy esperando que algún aficionado a la tecnología, tome las imágenes y añada risas de teleserie.

La segunda opción sería la más razonable. De forma natural, no crispada ni envalentonada para tener su minuto de gloria. Es evidente que los partidos evitan al público para que nada se escape a su control, para que ningún espontáneo o grupo de desafectos pueda dejar mal al candidato.

Sin embargo con ello evitarían el artificio que nos venden. Por eso prefiero el debate del estado de la nación, porque hay auditorio que abronca al oponente, patalea, aplaude al propio, hace la ola. En una palabra, porque hay vida.

Sucede como en el deporte. Es la diferencia entre el fútbol, libérrimo en cuanto a exteriorización de las emociones se refiere, frente al tenis donde se exige un silencio de internado suizo a los espectadores.

Aquí es igual. En el parlamento, los líderes están acostumbrados a hablarse con la hinchada detrás metiendo lío, jaleando sus frases o soltándole una fresca al diputado de enfrente y sin embargo, pretenden ahora presentarse como bailarinas de ballet interpretando un minué.

Como en el teatro, yo hubiera disfrutado más en el corral de comedias del XVII que el Palacio exquisito de gente bien.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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