Hasta hace bien poco, cuando en España hablábamos de un gobierno de tecnócratas todos pensábamos en los años cincuenta, el desarrollismo y los políticos del Opus Dei. Sin embargo, en las últimas semanas y a partir de la dimisión de Berlusconi el debate que centra la atención de nuestros vecinos es si la crisis exige gobiernos de políticos o de tecnócratas.
La discusión plantea, quizás, el fin de la política a la que algunos ven tan sometida a los mercados. Sin embargo no es la política en sí lo que se pone en duda sino que ésta haga prevalecer la ideología sobre las decisiones pragmáticas.
Es lo ocurrido con Zapatero que ha defendido la ideología hasta hace un par de años, momento en que empezó a tomar decisiones duras, incompatibles con su discurso y opuestas a su programa electoral.
Aquel fue el tiempo del ministerio de Igualdad, del matrimonio homosexual, de la asignatura de Ciudadanía y otras leyes que respondían a un intento por modelar la sociedad española a imagen y semejanza de su mundo ideal. Sin embargo, apenas hubo modificaciones de calado en el ámbito laboral, productivo o de inversiones en I+D. Ahora lo estamos pagando.
La ideología sale muy cara. Bien lo saben los catalanes que sufren recortes tras un periodo de dispendio en nombre de determinados principios nacionalistas de la mano del tripartito.
Por eso cuando se plantea la duda entre tecnócratas y políticos, entendidos como ideólogos sin los pies en el suelo, no hay duda de que la crisis requiere un gobierno formado por los primeros.
Eso significa dejar a un lado las diferencias entre partidos y unirse para tomar, juntos, las decisiones que superen la tragedia. Es lo ocurrido en Grecia y lo que se están planteando ahora en Italia.
El caso español es distinto si hay una mayoría fuerte pero al futuro gobierno hay que pedirle criterios sólidos y no programas vanos. Y, sobre todo, técnicos que nos saquen de ésta.