El principal reproche que el PSOE ha hecho al PP durante toda la legislatura ha sido no apoyar al Gobierno cuando era necesario. No sé si respondía a una pose o era cierto pero en los últimos meses esa acusación cesó.
Y lo hizo porque, ante las encuestas, Zapatero y Rajoy empezaron a mantener contacto sobre economía, defensa o lucha antiterrorista. Es comprensible. Diría más: no me importa que no nos lo cuenten todo si eso asegura la colaboración entre las fuerzas políticas.
Sin embargo, me preocuparía que la lealtad institucional solo se hubiera manifestado ante la perspectiva de un cambio político y no tanto por convencimiento de que determinados asuntos requieren el apoyo de todos.
La pregunta ahora es si, ante el mapa parlamentario que dejan las urnas, debemos esperar unidad frente a los graves problemas a los que se enfrenta España. Es difícil decirlo, sobre todo, en determinados temas. Por ejemplo, ¿colaborará Amaiur contra ETA? Disculpen que no conteste.
Lo que sí es deseable es que el PP no someta al PSOE a una presión intolerable. Es el derrotado, sin duda, pero es una gran fuerza política en España. Justo lo que no defendió en su momento el PSOE cuando se pretendió excluir al PP con el Pacto del Tinell y el cordón sanitario.
Eso no debe repetirse ahora. Ni ‘rodillo’ ni una reacción del alacrán en el PSOE, esto es, revolverse e intentar picar a toda costa. No son tiempos ni de celebrar el ‘Año de la Victoria’ en cada 20-N ni de negar toda política gubernamental porque venga de la derecha.
España está pidiendo a gritos responsabilidad a sus gobernantes pero también a la oposición. Por supervivencia y por pedagogía. Hay que enseñar a salir de la crisis a las nuevas generaciones. Las que mandan ahora lo aprendieron de unos padres supervivientes de la postguerra. Lo de ahora es una forma renovada de aquello y debemos enseñar a restañar juntos las heridas para salir adelante.