Cuando digo que estamos en una postguerra distinta pero igual de sacrificada, no lo digo porque sí. No solo dejamos de veranear en las islas Mauricio y las cambiamos por el pueblo o los hijos pródigos vuelven a casa y la familia extensa se reúne en torno a las pensiones de los abuelos. Ahora, además, volvemos a las tisanas de las curanderas de toda la vida y los remedios transmitidos de generación en generación.
La culpa la tienen los recortes. Los mismos que han hecho refugiarse en casa de los padres por no poder pagar la hipoteca empujan ahora a buscar soluciones que eviten el paso por la farmacia. O mejor dicho, el pago del ‘ticket moderador’ que Cataluña quiere implantar.
Reconozco que sigue confundiéndome la idea de otorgar a un ticket la capacidad de moderar alguna cosa. Cuando se le concede esa función se pretende que el boleto tenga efecto disuasorio, es decir, que un ciudadano catalán al que le duela la cabeza se lo piense dos veces antes de pedir una receta de paracetamol.
A partir de ahora, de triunfar la medida, acabaremos todos arrasando los montes para pillar esas hierbas que nos quitan resfriados, dolores de muelas, reumas o lumbagos. Todo, con tal de no pasar por el peaje inevitable.
Lo que llama la atención es que la medida da por hecho que hacemos un gasto superfluo de medicamentos y en lugar de perseguir ese mal uso, se castiga a todos los enfermos, incluidos quienes matarían por no tener que tomar nada. Con el uso indiscriminado del ticket, se está penalizando la enfermedad.
Tan malo es usar la expresión ‘ticket moderador’, tan acusadora, como la de ‘copago’ que es inexacta. ‘Copago’ significa ‘pago compartido’ y en realidad lo que aquí se plantea es un pago doble. No es que pague la Administración y el ciudadano sino que éste lo hace dos veces, una con sus impuestos -de los que toma el dinero la Administración- y otra, con el llamado ‘ticket moderador’.