Dicen que los españoles, desconfiando de nuestros políticos, de sus promesas y de nuestro futuro, hemos comprado más lotería que nunca. ‘Esperanza’ deberían llamar este año a cada papeleta en la que hemos depositado la ilusión que nunca se pierde.
Sin embargo, al único que a buen seguro ya le ha tocado el Gordo es a Zapatero. Ése, desde el 22 de diciembre, fecha en la que asumirá el gobierno Rajoy, puede volver a ser un ciudadano normal y no alguien de quien depende el bienestar de todos los demás.
Yo solo espero que engorde un poco porque en los últimos meses le hemos visto desmejorado y más delgado. Por suerte, Rajoy ya ha hecho ese proceso de perder unos kilos no sé si en la perspectiva de asumir un gobierno en estas condiciones o por las caminatas y pedaleos que dice hacer.
Lo que me parece difícil es la transición de pasar de ser el pimpampum de todos a alguien olvidado en un piso de alquiler. Para Zapatero no ha sido necesario irse para que todos le den por finiquitado. Lleva ya tiempo diluido en el imaginario colectivo y cuando alguno lo mienta es para arrastrarlo por el fango del descrédito. Por eso creo que la naturaleza es sabia y la naturaleza política lo es aún más.
La vida proporciona un periodo de despedida que nos ayuda a marcharnos. Es la vejez en la que se van perdiendo amigos, se va perdiendo energía y se va viendo pasar a las nuevas generaciones que toman el timón. Así, tal vez, es más fácil asumir que el final no es mala solución.
Lo mismo sucede en la vida política. Es mejor que a uno le vayan olvidando, relegando y dando por finalizado de modo que cuando deja su cetro apenas se nota. Es mejor que pasar de ser el centro de todas las atenciones a no recibir ni una llamada de recuerdo.
En Zapatero el proceso está siendo natural aunque no sea lo más frecuente ni lo imaginable. No es traumático ni doloroso. Es como marcharse quedándose dormido en la cama.