Que la Cabalgata de Reyes es una afición de alto riesgo lo sabe cualquiera que haya acudido sin la ilusión de ver a los Magos que le traen regalos. O sea, los adultos.
Los niños no la ven así porque están concentrados en sus protagonistas, en la emoción de la noche más mágica del año y en que los caramelos no son proyectiles sino diversión asegurada que debe cogerse al vuelo. Por todo ello nunca dirían que ir de cabalgata puede producir daño alguno.
Sin embargo, los mayores sabemos que es como la batalla de flores pero sin raquetas y con pétalos convertidos en gramos de azúcar solidificado capaces de abrirnos la ceja y dejarnos tuertos. Gajes del oficio.
Ese plus de peligrosidad ha sido reconocido, de hecho, por un juez de Huelva que ha exculpado a Baltasar de la lesión ocular causada a una ciudadana por un caramelazo.
Pero lo mejor no es la exención de culpa sino la justificación del juez. Es verdad que la pobre mujer se llevó un serio disgusto en la Noche de Reyes pero lo que no es razonable es que, molesta por la herida, fuera a denunciar al propio Baltasar. Al rey, digo. No a quien lo encarnaba circunstancialmente sino al propio titular de la corona.
Lógicamente, el juez se ha declarado incapaz de determinar a quién corresponde juzgar a un rey de Oriente sin papeles. Baltasar es el mejor ejemplo de integración de la diferencia pues siendo negro (no ‘afroamericano’, sino negro de toda la vida) y extranjero, siempre ha sido el rey más querido por todos. Y lo mejor es que a los niños les llama la atención por eso: por ser diferente.
El juez, por tanto, aporta tres razones difícilmente rebatibles: el caramelazo es un riesgo inherente a la cabalgata; el personaje no es ciudadano español y él mismo debería ser recusado por afinidad pues desde pequeñito recibe regalos de su Majestad.
Visto así no queda más que compadecer a la afectada y defender al acusado ¡Todos somos Baltasar!