Si vemos a un niño deambular por la noche, seguro que nos alarmamos. Le preguntamos, miramos alrededor a ver si están sus padres, los buscamos en los locales cercanos, le cogemos de la mano para calmarlo y, si no encontramos solución, acudimos a la policía local para advertir del caso.
El problema es si eso nos sucede con un anciano. Es un adulto y por tanto no vemos necesidad de preguntar, aconsejar o mostrar disposición a ayudar. Pero, ¿y si la persona anda desorientada por efecto del Alzhéimer?
Admito que me interpelan todas las noticias que hablan de ancianos perdidos por culpa de la enfermedad. A Dios gracias no tengo experiencia personal pero sí amigos que saben lo que es buscar a su padre o su madre por las calles de Valencia o de algún pueblo cercano.
Imagino la angustia y los miedos acerca de todo lo que puede sucederle a una persona mayor, sin abrigo, sin su medicación, sin saber adónde ir o sin atinar a preguntar debidamente, confundiendo su hija con su madre. Por eso me hizo pensar el hallazgo, ayer, del cadáver de una anciana en las aguas del puerto.
Parece ser que anduvo por la dársena desorientada. Una dársena llena de locales de ocio y, en noche de sábado, posiblemente llena de gente. Sin embargo, nadie vio nada. O si lo vio, no pensó. ¿Nos acercaríamos a ella cualquiera de nosotros en esas circunstancias? ¿O pensaríamos, sin más, que era una anciana loca de la que es mejor alejarse?
Me parte el corazón pensar en la vulnerabilidad de esas personas. Son vecinos necesitados de protocolos y servicios de rápida actuación. Ahora lo llamaríamos así pero en sus tiempos, ese protocolo lo conocían los serenos.
Quizás necesitan policía de barrio que pasee, no que vaya en coche o en moto sino que ande por las calles. Yo echo de menos esas parejas que dan tranquilidad. Las necesitamos todos los vecinos, sobre todo, los más vulnerables y no solo los compradores del centro.