Decía ayer la prensa italiana que las lágrimas de la ministra de Trabajo, Elsa Fornero, al anunciar las duras medidas económicas del gobierno Monti, ayudaban a humanizar a los políticos.
Sin embargo, no creo que sea definitivo ese factor de forma aislada. Es un conjunto de cosas. Sin duda ver llorar a la ministra cuando va a pedir «sacrificios» a sus conciudadanos es la visualización del mensaje de Churchill, «sangre, sudor y lágrimas». No es extraño. Vivimos la cultura de la imagen y nada mejor para hacer creíble un mensaje que su materialización física.
No digo que las lágrimas fueran fingidas. Fornero no es Rubalcaba. Éstas sí me las creo. Y lo hago porque, como decía, hay factores añadidos que me ayudan. Se trata de la condición de no-política de la ministra, por un lado, y las decisiones sobre el propio salario del gobierno, por otra.
El hecho de que no se trate de una experta, que tiene su vida resuelta más allá de la política; que nunca ha estado luchando por un cargo y, lo que es más importante, que previsiblemente no lo hará al terminar, me da confianza. Su desinterés por pedir el voto es lo que me convence de su sinceridad.
Aquí hemos asistido a lo contrario. Negar la crisis cuando era evidente; hacer previsiones de crecimiento como si viviéramos en la ‘Champions’ de la economía o no tomar medidas necesarias para no perder apoyos electorales. Todo eso está en las antípodas de las lágrimas de la ministra.
Pero por encima de todo lo que más acerca este gobierno a los ciudadanos es la disposición de su presidente a renunciar al sueldo. Es un gesto simbólico pero aquí en España no vemos apenas gestos como ése. Se nos están pidiendo sacrificios y los políticos siguen sin rascarse el bolsillo ni siquiera para pagarse las facturas del móvil.
Los ciudadanos no queremos que nuestros ministros lloren. No, al menos, por lo que nos piden sino porque ellos también lo sufran.