Hubo un día en que había dinero para grandes eventos, parques temáticos y hasta para financiar proyectos deficitarios. Se veía de lejos que iban a la quiebra pero como resultaban emblemáticos para la comunidad autónoma o para su gobierno, todo se daba por bien empleado.
A pesar de eso, o quizás gracias a eso, también se incluía en el dispendio, que ahora vemos abusivo, la obra social. Era, posiblemente, el gasto más justificado de cuantos se han mencionado. Por eso duele saber que algunas de esas iniciativas no van a continuar tampoco por el zarpazo de la crisis.
Me refiero a los juguetes que la CAM proporcionaba a los niños del colegio Madre Petra. Niños que no tienen opción ni de coger el catálogo de los grandes almacenes ni de ‘pedirse’ todo lo que ven en los anuncios. Ellos debían conformarse, año tras año, con el que les tocara. Sí, lo he escrito bien. ‘El’ que les tocara porque no había más que uno. Y gracias. Este año, ni siquiera eso.
Una Navidad en la que un niño no tenga al menos un regalo, por pequeño, barato o humilde que sea, no debería hacernos feliz. Los niños del Madre Petra son el vivo ejemplo de las desigualdades que no están solo en la brecha entre el Primer y el Tercer Mundo, entre la sobrealimentación navideña y la hambruna del Cuerno de África. Está también en las calles de nuestras ciudades y en los patios de sus colegios.
En ellos hay niños que reciben no regalos sino caprichos equivalentes a dos sueldos y otros que no pueden ni soñar con un juguete. En este último caso, no se trata de dar algo material a esos niños sino de hacer que se sientan importantes. Que cada uno sienta que los Reyes le conocen por su nombre y se acuerdan de él. Eso es más valioso que el juguete en sí.
No dejemos, pues, a esos niños sin ilusión. Y, tal vez, sin una enseñanza para el niño que todo lo tiene invitándole a regalar uno de sus juguetes a un niño de Madre Petra.
NOTA: Éste es el teléfono del colegio para quien quiera ayudar: 96 155 45 12. La directora es la madre Getrudis Rol.