Dentro de un par de días nos arrepentiremos de haber querido que el tiempo pasara deprisa. Hay quien lleva semanas pidiendo que Rajoy explique. Y planteando cómo acortar los plazos desde la jornada electoral hasta el día de hoy. Hasta el comienzo de la nueva legislatura.
Lo digo porque ese mes que hemos pasado ha sido tranquilo. La prima de riesgo se ha contenido, nadie nos ha conminado a vivir bajo un puente y, lo que es más importante, todo lo confiábamos a la llegada de Rajoy, el “conseguidor”.
A partir de hoy, en cambio, las cosas pueden ponerse muy feas. No solo porque los mercados exprimirán lo poco que queda del españolito de a pie sino porque ya no hay vuelta atrás. Ahora no queda otra que tomar medidas, hacer recortes y terminar de hundirnos para salir a flote. Si salimos.
Durante casi un mes hemos estado deseando saber qué iba a hacer Rajoy. “Han estado”, diría yo, porque personalmente no tenía demasiado interés. Sé que me dolerá. Y a otros, más débiles que yo, los rematará. ¿Qué prisas había, pues, por saber el tipo de tortura y la muerte escogida?
Este es un inicio de legislatura, sorprendentemente, sin ilusión. Ni los propios, que siempre la tienen por razones obvias, pueden estar contentos. Como mucho podrán estar tranquilos sabiendo que se va a hacer una política y no la contraria. Pero de ahí a ser felices hay un abismo.
Lo dijo el otro día Rajoy: “voy a ser previsible”. No tengo duda. Va a hacer todo eso que se le atribuye antes de anunciarlo. Lo único que deseo en este caso es que lo que se espera sea lo mejor para salir del pozo.
Gestión y no fuegos artificiales es lo que yo espero de Rajoy. Gris, poco colorista, pero eficaz. Reformas necesarias aunque sean quirúrgicas. Todo aquello que sea imprescindible para que dentro de cinco o seis años no sigamos ahogándonos. Trabajo y no subsidio. Crecimiento económico y no previsiones funestas. Es mi carta al rey Rajoy.