Ya se intuía durante la campaña electoral y se confirmó con los resultados en la mano, pero, ahora, con los nombramientos de ministros y secretarios de Estado ha quedado meridianamente claro: Rajoy no es la segunda parte de Aznar.
No sé si lo fue en algún momento pero me gusta la idea de que no se sienta obligado a pagar un peaje poniendo a otras figuras del aznarismo en su gobierno. Apenas hay. Lo que predomina es gente de su confianza, de su perfil y de su equipo. Y éste, aún siendo del mismo partido, no es el del expresidente.
Es cierto que una parte de la derecha anda preocupada por eso pero yo prefiero que tenga su propio estilo, dinámica y proyecto. No solo porque aparece más moderado que su mentor, cosa que parece necesaria en un tiempo de pactos y medidas consensuadas para atajar la crisis, sino también porque combina la juventud y la experiencia. Una juventud que no tiene por qué ser bisoñez como nos hizo creer la elección de Leyres y Bibianas.
No me parece Soraya una cuota de nada. Ni siquiera de madre, a tenor de las críticas recibidas. Tampoco es un gabinete lleno de figurones mediáticos. No, a priori, al menos. El riesgo es que sean de perfil bajo y demasiado grises aunque ello favorezca que el protagonismo lo tenga el presidente como vimos en la última legislatura de Zapatero hasta que Rubalcaba ocupó toda la pantalla.
Solo la figura de Gallardón me da que será mediática. Le gusta salir en los papeles. No hay más que ver su discurso de toma de posesión ministerial. Un homenaje al super-yo, en sentido estricto, no freudiano. Él, él y él. Y eso que me cae bien pero aún se cae mejor a sí mismo.
De momento no parece un gobierno para el titular folklórico ni la ocurrencia disparatada. Tampoco Rajoy es un éxito de la propaganda precisamente. No es ZP ni la “ceja” ni RbCb; es Rajoy. Sinónimo de perseverancia. La misma que necesita la lucha contra el paro en nuestro país.