Uno de mis primeros recuerdos es el llanto de los ciudadanos por la muerte de Franco. Tengo esa imagen grabada en la retina, seguramente, porque me impactaría al verla en la televisión con apenas cinco años.
Después vino el juramento en las Cortes para el que -recuerdo- me levanté temprano y me puse delante de la tele como si fuera una gran fiesta. No tenía edad para entender nada pero no quise perderme un hecho histórico. Quizás por eso en casa no extrañó que luego saliera con que quería estudiar periodismo.
He pensado en aquellos dos momentos al ver cómo algunos han querido, en estos días, comparar el llanto de los ciudadanos coreanos con el aplauso con el que los diputados y senadores acogieron al rey en la sesión solemne de las Cortes. Los primeros, desconsolados por la muerte del “querido líder”; los segundos, transmitiéndole al rey su apoyo en momentos tan difíciles.
Quienes asimilan uno a otro lo hacen dando por hecho la teatralidad de un régimen dictatorial donde los ciudadanos se ven obligados a proclamarse entusiastas del dirigente so pena de persecución u ostracismo. Olvidan, pues, que en el Congreso hubo quienes no aplaudieron, como Cayo Lara o Rosa Díez y, sin embargo, su actitud no les granjeará más que el rechazo de muchos, el apoyo de algunos y la indiferencia de otros. Nunca la cárcel.
Nadie en este país está obligado a aplaudir al rey pero el sentido común exige que se reconozca su esfuerzo por mantener, como él mismo ha dicho en alguna ocasión, el periodo más largo de estabilidad y crecimiento de España. No hay más que saber un poco de la Historia de nuestro país para equilibrar la balanza a su favor.
Quienes conocimos los llantos coreanos entre españoles no necesitamos que se justifique, pero no está de más que lo haga con datos y cuentas. Ahora les toca a los partidos que tanto alaban el gesto de la Casa Real, hoy por hoy, más transparente que ellos.