La ventaja de un gobierno de derechas –ventaja para el gobierno- es que no sufrirá el síndrome del obrero desclasado como le ocurre a la izquierda. De él solo se esperan maldades y pérfidas políticas contra el trabajador. En cambio a la izquierda se le suponen prioridades proletarias.
Por eso el electorado penalizó al PSOE, porque no se entendía una política de recortes sociales en un gobierno socialista. Era como si el trabajador hubiera cambiado el mono por la corbata y se hubiera aliado con los mercados.
Eso no sucede con el PP. De un gobierno popular, a tenor de lo dicho por la oposición incluso antes de ganar las elecciones, solo se puede esperar látigo y cadenas; beneficios para los ricos y hambrunas en casa del pobre.
Como digo, es una ventaja para ese gobierno. Le da absoluta libertad para hacer lo que considere. Total, ¡va a ser criminalizado de todas formas! Eso en el fondo le beneficia y, si su política es la adecuada para el país, también nos beneficia a todos. Con un gobierno acomplejado y temeroso, las medidas duras no se toman nunca y si realmente hay que tomarlas es mejor que lo haga el que ya tiene asignado el papel de malo. Podrá ser firme porque no pierde nada.
Por eso me entretiene ver cómo ha empezado ya a construirse el discurso anti-Rajoy como en su día lo hubo anti-Aznar. Y debo reconocer que me divierte comprobar quién lee a quien. Es decir, quién reproduce los argumentos del gurú intelectual de la izquierda.
Por ejemplo, en estos días lo hemos visto con el “mantra” acuñado para acoger las primeras medidas del gobierno: “prometió no subir impuestos”, dicen. En efecto así fue, pero condicionado a la realidad que encontrara. De ahí que no se “mojara” en campaña.
Lo mejor es que lo dicen quienes justificaron el incumplimiento de su programa apelando a las condiciones variables de la crisis. Va a ser una legislatura apasionante para el caza-demagogias.