Tengo miedo de que el jurado haya elegido Papa esta noche. Ya sé que ni Benedicto ha encomendado su alma al Santísimo, más allá de lo normal, ni este jurado tiene como función recibir un SMS del Espíritu Santo con el nombre del elegido, pero como Climent ha ejercido de Sumo Hacedor durante todo el juicio mucho me temo que alguno crea tener misiones más elevadas que los trajes de Camps.

Lo que sí comparten los miembros del jurado con los Príncipes de la Iglesia es el enclaustramiento durante el tiempo que tarden en llegar a un acuerdo. Es cierto que su hotel no es el de Santa Marta en el Vaticano ni su decisión viene avalada por la Santísima Trinidad pero todos ellos se apartan del mundanal ruido y pasan una o varias jornadas entre cuatro paredes –quien dice cuatro, dice ocho- para dar una respuesta.

Sin duda lo del “mundanal ruido” es una licencia poética. De hecho, sonroja ver que se cumple la letra de la ley al detalle, aunque su espíritu esté alejado de la realidad. Me refiero a que el retiro incomunicado del jurado durante la tarde y noche de ayer y la jornada de hoy tiene como objetivo evitar las influencias de cualquier comentario, especulación u opinión. Y digo que sonroja porque parece ridículo ser escrupuloso en el “con-clave” -cerrados “con llave” quiere decir- cuando han estado expuestos durante años a la crucifixión pública de los acusados con todo lo que se ha dicho, escrito y gritado.

Por eso lo más fácil sería elegir Papa. Al fin y al cabo ya tuvimos uno en Peñíscola hace siglos. Luego veríamos a Climent de protodiácono anunciando la buena noticia. Estoy segura de que habría público esperando la fumata del veredicto a las puertas del TSJ como si fuera San Pedro. Unos, deseando que el rayo divino partiera en dos, definitivamente, al gran pecador y otros, para que se anuncie su absolución eterna. En cualquier caso, para terminar el Juicio Final. De una vez.