Con frecuencia los usos protocolarios construyen expresiones curiosas a la vista del lenguaje común. Así, un rector de universidad es “magnífico” y un alcalde, “excelentísimo” aunque ambos sean absolutamente mediocres.
El tratamiento otorgado al Presidente de la Generalitat es “Molt Honorable” sea o no un hombre de honor. Por eso al presidente Camps debe de haberle pesado como una losa, durante estos últimos años, no solo el desarrollo de un proceso judicial sino el linchamiento mediático que ponía en duda una y otra vez su honradez.
Solo él y los que le conocen bien saben si es digno de llevar el apelativo más allá del mero trato oficial pero para los demás debería servirnos lo que la Justicia dijo ayer. No dijo que fuera honesto pero sí que no ha quedado probado lo contrario.
Lo de ayer no fue una ley de amnistía ni un indulto graciosamente concedido por un gobierno afín. A Camps no le han declarado no culpable las urnas aunque le dieran su apoyo convocatoria tras convocatoria. Aunque les pese a algunos, a Camps le ha considerado inocente un jurado popular. Tan válido como si hubiera tomado la decisión contraria.
Ni Camps ni Costa se han librado de una sentencia condenatoria por una triquiñuela ni por un vacío legal ni por la oposición de jueces amigos. Más bien al contrario. A pesar de algunos comportamientos dudosos durante la investigación –que a fecha de hoy están en entredicho-, a pesar del apedreamiento cotidiano que han sufrido, a pesar de la condena pública que los finiquitó política y socialmente hoy pueden salir a la calle con la cabeza alta.
Es cierto que el resultado de la votación es ajustado pero es favorable. Es recurrible pero ya es. Tratarlos como delincuentes es tan injusto como llamar a Garzón prevaricador.
No significa que sean inocentes pero a los ojos de la Justicia lo son en tanto en cuanto no ha quedado probado que no lo sean. Y eso es lo que hoy puede decirse. Y debe decirse. De lo contrario las consecuencias son graves.
Si la Justicia es válida cuando dice lo que esperamos e inválida, cuando lo niega, poco tiene de fiable. Esa actitud lleva a la injusticia, en primer lugar, y a un estado totalitario, en segundo lugar, pues acomodar la Justicia a los propios intereses es el primer paso para la dictadura.
Subidos, pues, esos “escaloncitos” de los que hablaba el propio Camps, asistamos a la rehabilitación de su figura si es que todavía es posible. Volverán los amigos, los apoyos y las declaraciones de sus correligionarios sobre su honorabilidad aunque hayan pasado unos meses en barbecho.
No sé si Camps vivirá otros ciento cuarenta años como dice la Biblia que vivió Job pero de lo que no cabe duda es de que ahora será más sabio: podrá distinguir a los amigos de los amiguitos del alma.