La cuestión es enzarzarse. Lo mismo se reúnen para silbar a Zapatero que para tirar huevos a Camps. Y no digan que es culpa de la crisis que nos tiene a todos alterados por la mordida en el bolsillo. La riña a garrotazos la venimos padeciendo desde que Goya la pintara en la Quinta del Sordo. Y mucho antes, creo yo, pero el mérito de Goya fue hacerle una foto con su móvil, o sea, sus pinceles.

Es algo que me molesta como española, que me avergüenza incluso y que invita a refugiarme bajo las faldas de Merkel o a los pies de los fiordos. En un paraje más civilizado, quiero decir.

Resulta primitivo, ancestral e involutivo una radicalización que nos lleva, inevitablemente, al garrote. Entiendo que haya indignados con el veredicto de Camps, con las posiciones del gobierno socialista anterior o con el pasado franquista de Fraga pero no termino de entender cómo una diferencia ideológica puede enervar de ese modo.

Lo comprendo cuando se trata de la pura emoción. Por ejemplo cuando el vecino de una mujer asesinada por su ex marido lo ve entrar en comisaría y quisiera matarlo. Es razonable que todo un pueblo se levante contra un violador de niños y que le hierva la sangre. Son circunstancias que mueven las entrañas y que resultan difíciles de asimilar. Sin embargo no consigo encontrar razón alguna para que una diferencia política lleve a un comportamiento violento.

Ya sé que hay mucho de exacerbación, también a través de los medios de comunicación, pero creo que es sobrepasar con mucho la actitud de una persona juiciosa. Personalmente creo que el gobierno de Zapatero ha sido nefasto para el país pero jamás se me ocurriría tirarle un huevo o llamarle “hijo de”. No lo haría por tres razones: primera y principal, por respeto a la persona; segunda, por educación. Y tercera, porque no me va la vida en ello. Y no entiendo cómo a algunos sí les va en el caso Urdangarín, Gürtel o Campeón.