¿Cuánto tiempo puede una sociedad soportar penalidades y malas noticias? Cuando ayer conocí las cifras de paro y, sobre todo, las previsiones de los expertos para los próximos dos años, me entristecí. Pensé en esos cientos de miles de familias en las que no entra ni un solo sueldo y me imaginé lo que debe de ser vivir la angustia en primera persona.
Lo malo no es que sucediera ayer sino que es la experiencia diaria que todos tenemos desde hace ya demasiado tiempo. Y no parece que vaya a mejorar. Por eso no puedo dejar de pensar en las consecuencias de futuro que puede tener una crisis como la que estamos viviendo.
En ocasiones lo he planteado en el plano personal y familiar. Son tragedias para el individuo que ve su vida paralizada en la edad de despegar, de estabilizarse o, peor todavía, de vivir con calma el final del tiempo activo. También es un drama en cada familia que acompaña a ese ser doliente y vive con austeridad, e incluso con necesidad, un tiempo que no tendría que haber sido tan duro.
Sin embargo hoy me pregunto por el daño moral no al ser humano y a su entorno sino a toda una sociedad. Sé que un grupo golpeado por el sufrimiento es capaz de salir de él y de encabezar una revolución que le lleve a las antípodas al cabo de unos años. El “milagro” alemán tras la II Guerra Mundial o del Japón de entonces superponiéndose a los estragos de las bombas nucleares. Ambos son ejemplos de cómo un pueblo es capaz de convertir la tragedia en oportunidad de mejora y fortalecimiento.
La misma España vivió de forma colectiva la depresión del 98, hundido como pueblo, como metrópolis y como cabeza del que fuera un día el mayor imperio del mundo, ése en el que no se ponía el sol. Hoy pasamos por una crisis nacional no sé si comparable o no a aquella que dio grandes intelectuales, escritores y poetas. Ojalá se parezca en eso y no en constituir una sima de la que no sepamos salir.