Ha nacido una estrella. Y, aunque sea juez, espero que nunca sea un juez-estrella. La función de un juez es hacer que brille la Justicia, no su persona, sus intereses y sus martirios.
La estrella judicial a la que me refiero es Juan Climent, el presidente del tribunal que juzgó a Camps y Costa. Nada que ver con otros que tanto necesitan portadas como las de hoy.
Sé que a él no le gustará que le dedique una columna y que me tirará de las orejas, pero me siento obligada. Me he convertido en fan.
Si se llamara Justin y cantara, me lanzaría histérica a por un autógrafo o un mechón de pelo. Pero como ni él canta ni yo tengo edad me conformaré con una reprimenda estilo “si no le interesa, piense en otra cosa pero mantenga silencio”. ¡Señor, sí, señor!
He de reconocer que en sesiones tan largas y aburridas como las del juicio de los trajes ese momento Rottenmeier con toga que tenía Climent era de lo mejor y más animado. Era la bronca que despierta al estudiante adormilado en clase. De hecho, yo creo que tenía mucho de rapapolvo hacia el alumno díscolo que distrae a toda la fila. Tics que no se le van a uno tan fácilmente.
Entre todos ellos, el que más me subyugó fue el último, el del veredicto, donde por poco no le hacen la ola a Camps sus partidarios en la propia sala. Consciente de ese riesgo y de que alguno saliera con pompones y propusiera: “Dame una C, dame una A, dame una M, dame una P, dame una S…. C-A-M-P-S!”, Climent mandó desalojar.
Y el desalojo marcó un hito para la Historia: “Desalojen la sala inmediatamente. Llamen a la fuerza pública. ¡Todos fuera!”, que es como “¡todos al suelo!” pero sin tricornio.
Y cuando la prensa se rebeló, llegó aquello de “bueno, va, quédese la prensa”. Me emocionó tanto que voy a ponerlo en el frontispicio de mi casa. “Quédese la prensa”. Debería ser un lema para todo. Luz y taquígrafos. Que todo se haga bajo su atenta mirada. Quédese la prensa.