Por fin ha empezado la legislatura. No me refiero a la gestión a la que el gobierno está dedicado desde el principio. El comienzo de ayer fue el de la vida política y parlamentaria con una oposición centrada en su papel y no tanto en discutir quién tenía que representarlo.
Y he de confesar que me dio un poco de pereza. Otra vez, Rubalcaba y Rajoy, en esta ocasión con los papeles invertidos. O mejor dicho con los mismos que ya vimos en los debates electorales, de ahí el hartazgo. Rajoy defendiendo la política del gobierno y Rubalcaba, en la oposición. R-R, segunda temporada.
Y en la sesión de control al Ejecutivo, la impresión favoreció al equipo visitante. El Gobierno da muestras de solidez, criterio y determinación para llevar adelante las medidas que estima adecuadas. Eso no significa acierto siempre. Algunas de ellas, de hecho, o parecen innecesarias o simplemente son inoportunas y prescindibles, por ejemplo, el cambio de temarios en las oposiciones.
Frente a unos ministros menos folclóricos que sus antecesores que saben fajarse no solo de preguntas sino de alegatos llenos de moralina y demagogia como algunas preguntas a Gallardón, el líder de la oposición sabía a viejo. No lo digo por la edad, líbreme Dios. Prefiero las arrugas de Rubalcaba que la piel y neuronas tersas de Bibiana Aído.
Me sabía a viejo quizás porque ya conocemos los trucos retóricos del secretario general del PSOE. Juegos florales, apelaciones al pasado para arrancar aplausos e intentos por avergonzar al oponente como cuando señaló la coincidencia del “final de marzo” de los anunciados presupuestos y la convocatoria electoral andaluza.
No digo que no tenga razón, que posiblemente la tenga, sino que debería buscar otro tono, otra forma de evidenciar al contrario menos manida, más seria y menos burda. Aunque se lo diga –que debe hacerlo- pero con mano izquierda, elegancia y, por qué no, cierta ironía.