Tras el anuncio ayer de la reforma laboral me pregunto si el problema del paro es un despido barato o caro. Ya sé que puestos a ser despedidos al menos esperamos una compensación justa y entiendo también a quienes alertan diciendo que si no es gravoso para una empresa tendrá menos resistencia para despedir a cualquiera.
Ahora bien, en los últimos años se han destruido millones de puestos de trabajo y eso ha ocurrido siendo caro porque su “precio” no ha impedido que se fueran a la calle más de cinco millones de personas. Es cierto que un despido muy elevado desincentiva al empresario y de hecho conozco casos de gente que, si sigue en su puesto, es por lo mucho que tendrían que pagarle para que se fuera.
Sin embargo, cuando hablo con pequeños empresarios que están pasándolo mal, lo último que dicen es que no contratan por lo caro que es despedir. Normalmente el comentario va en una línea distinta. Dicen que sufren porque les cuesta pagar las nóminas o que han tenido que prescindir de fulano y mengano (fíjate tú, toda la vida en la empresa). Lo dicen con pesar porque una cosa es la multinacional y otra la pequeña y mediana empresa donde se conoce al trabajador.
No niego que no haya aprovechados de una legislación que favorezca prácticas laborales deshumanizadas pero la queja de los autónomos o pequeños empresarios habla más de la falta de crédito que del exceso de trabajadores; de la ausencia de ventas que de los límites laborales. Si no contratan es porque difícilmente llegan a cubrir deudas y lo que hacen es reducir gastos de personal.
Ellos mismos, muchas veces, son conscientes de que necesitan gente porque no atienden igual a los clientes o porque el negocio iría mejor así pero si la actividad económica y el consumo están parados, no hay forma de ampliar. Un despido barato es mala cosa pero lo peor es que una medida para tiempos de crisis se eternice cuando ésta acabe.