Quedan dos semanas para que Marqués de Sotelo se llene cada mediodía antes de la mascletà. Marqués de Sotelo. Junto al Luis Vives. Una mascletà. Gente, jolgorio, tal vez calor y autoridades en el balcón. El cóctel perfecto. Social y mediáticamente molotov.
Tienen a la gente. Tienen las cámaras y tienen una audiencia potencial de miles. Barberá y Sánchez de León van a tener que esforzarse para garantizar todo sin problemas: fiesta para quien quiera y reivindicación para quien lo necesite. Sin excesos. Sin cargas ni motivos para ellas.
Por mi parte, creo que cambiaré de ubicación para ver la mascletà. Era de las que iba a Marqués de Sotelo por la facilidad de salida y la amplitud de la calle. Sin embargo, me lo pensaré. Protestar por una mejor educación, protestaría siempre y en cualquier lugar pero si voy de mascletà, no voy de mani y viceversa. Y, desde luego, lo que no quiero es encontrarme con algo no previsto.
Desconozco lo que sucedió y no sé si la policía se excedió pero entiendo que corten de raíz cualquier altercado que pueda derivar en algo peor. Lo que me preocupa de verdad es que no se corte el origen del problema.
Lo malo de estos hechos no es solo que una mascletà pueda convertirse en otra cosa, con asistencia masiva, sin suficientes efectivos de la policía, con órdenes histéricas o con actitudes que nada tienen que ver con la educación que se demanda. Lo preocupante es que los chavales estén en la calle y no en las aulas.
No lo digo por hacer de ellos borreguitos obedientes y callados. Al contrario. Precisamente para evitarlo están las aulas, no las calles. La educación de calidad les hará ser críticos bien formados, no manifestantes iletrados.
Lo que debería preocuparnos no es una mascletà problemática sino una generación que encuentre su sentido en la pancarta y la manifestación. Ya hemos perdido a parte de una que dejó las aulas por la obra. No perdamos otra más.