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María José Pou

iPou 3.0

Sindicatos que desmovilizan

Una de las claves que explican la escasa movilización contra la reforma laboral la daba ayer el comunicado de los “indignados”: la poca credibilidad que se le concede a las cúpulas sindicales. Decían los del 15M que una cosa era esa desafección hacia quien manda en los sindicatos y otra, la solidaridad con las bases.

Yo daría un paso más: si nos convocaran los cinco millones de parados y los que están por venir con la reforma, creo que los españoles acudiríamos masivamente; si lo hacen, en cambio, las organizaciones de trabajadores, no. Paradójicamente, los sindicatos consiguen desmovilizar.

Ese fenómeno tiene dos lecturas, una positiva y otra negativa. La positiva es que los españoles somos sensibles hacia la situación de quien no tiene trabajo ni perspectiva de lograrlo en breve o en condiciones, y sobre todo sabemos que esa posibilidad no está lejos de nadie, salvo de quienes, convocatoria tras convocatoria llenan las listas electorales.

La negativa es que el desafecto hacia los representantes sindicales nos hace sentirnos desamparados. Si ellos no nos defienden –y, hasta ahora no se les ha visto hacerlo con firmeza- no nos queda más que luchar por salvar nuestro propio pellejo.

Esa convicción no solo resulta peligrosa por la insolidaridad que crea, por la escasa fuerza que tiene un solo trabajador para exigir nada y por la cultura del “sálvese quien pueda”.

Lo peor es para quien no tiene voz. Quien no tiene trabajo no solo no tiene un sustento que llevar a sus hijos sino que tampoco tiene un modo de trasladar su reclamación. Eso es precisamente lo que se les reprocha a los sindicatos, que representen los intereses de los que trabajan y hayan olvidado a quienes ya no lo hacen porque han perdido su puesto de trabajo o porque todavía no han podido acceder al primero de ellos.

Hoy los sindicatos se juegan mucho. Más que los trabajadores que casi lo tienen todo perdido.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.