¿Es necesario que alguien le diga a usted que la pieza clave de la enseñanza es el profesor? ¿A que no? Pues ayer tuvimos que escucharlo durante la presentación del “Informe de Tecnología Educativa 2011”.
En él se hace un diagnóstico crítico sobre la introducción indiscriminada de la tecnología en las aulas hasta el punto de calificar de “extremadamente imprudente” el proyecto Escuela 2.0 del que tanto presumió el anterior gobierno. Según los analistas, el uso de ordenadores en las clases pudiera haber bajado el rendimiento escolar en España.
¿Significa eso que debemos quedarnos en la tiza y la pizarra? Ni mucho menos.
Si el profesor sabe qué es alentar en el descubrimiento del saber, lo hace con tiza, con megáfono, con mímica o con iPad. El problema es querer encubrir la falta de dedicación, de preparación, de interés o de medios con una pizarra digital o con una página web. Y no solo es problema del docente sino también de centros de enseñanza y autoridades educativas.
A mí no me tienen que convencer. Lo veo a diario en las clases. Están con su portátil y mientras unos toman nota y otros consultan la portada de prensa que comentas, algunos sonríen entre dientes y escriben cada diez segundos. ¿Toman apuntes? ¿Usted cree que la retórica de Aristóteles provoca caras moñas, sonrisitas, codazos al vecino y rubor? ¿No será que andan chateando con la chiquita que les gusta y a la que quieren llevarse de botellón?
Eso no impide que una servidora, al tiempo que cuestiona el uso de los portátiles, esté preparando materiales para clase con formato eBook; haya iniciado una web en Facebook para montar debates con los alumnos o les dé la dirección de Twitter para comentar noticias. La cuestión es saber qué deben conocer los chavales y cómo hacer que lo aprendan de la forma más eficaz. Lo demás es pura política o “perroflautismo” pedagógico, que haberlo, haylo. Y con rastas neuronales.