Al pobre Froilán nadie le llama Froilán excepto el mundo entero. Me refiero a que en su casa le llaman Felipe o Pipe, según cuentan los allegados, pero no Froilán que, en definitiva es, no el primero ni el segundo, sino ¡el tercer nombre! ¿Y a quién le llaman por su tercer nombre? A nadie, dígalo. Sobre todo porque casi nadie tiene cuatro nombres en su partida de nacimiento.
La cuestión es que Felipe será siempre Froilán, aunque se empeñe en decir otra cosa como en su momento se empeñó Paquirrín, que será siempre Paquirrín por mucho que de adulto se presente como “Kiko Rivera”. Eso le salva, que el “Kiko” tiene más carácter que “Francisco”.
Por eso el comentario en las últimas horas no era que el infante Felipe se había disparado en el pie sino que lo había hecho Froilán y los más puristas por aquello de respetar la realidad, el libro de familia y el rigor periodístico, se obligaban a escribir el nombre casi completo: Felipe Juan Froilán.
Era exacto, sin duda, pero incomodísimo. O se pone entero –incluyendo la mención al santoral deluxe- o se deja en el primero. Lo otro es una nominatio interrupta pero era como admitir “venga, va, lo ponemos hasta Froilán para que se sepa quién es”. Como si hiciera falta decir algo más que “Felipe” cuando se acompaña con la identificación de que es “el nieto mayor de los reyes” o “el hijo de la infanta Elena”.
O quizás, sí. Lo que es meridianamente claro es que de la prensa depende que los españoles nos acostumbremos a llamar Felipe a Froilán. Poner el nombre completo es una mala práctica periodística; solo Felipe es poco claro pero solo Froilán es inexacto.
La única ventaja es que así se le diferencia de los demás y contribuye, junto al carácter travieso del chiquillo, a que sea acogido con más afecto por la ciudadanía. Si yo fuera él, pediría a la prensa que me llamaran Pipe. Excepto en Inglaterra. Que Pipe y Pippa sonaría a cachondeo.