Con tanto plan antifraude, estoy empezando a pensar que ganar dinero nos convierte en sospechosos. Y gastarlo, ¡en delincuentes habituales!
Se me podrá decir que las medidas puestas en marcha intentan atrapar a los que defraudan pero tengo la sensación de que esto es como la lucha antidroga: a quien pillan es al del menudeo, no al gran traficante.
En el fraude, igual. Cogerán al que venda un piso y reciba 5.000 euros en negro pero no al que tiene cientos de miles en paraísos fiscales. Ése basta con que lo diga. La prueba es que no se aísla internacionalmente a los paraísos fiscales y sí a Cuba, a estas alturas, la pobre. Literalmente.
En España acabaremos aplicando al consumo la célebre frase de Unamuno “¡que inventen ellos!”. Con esa diferencia que explicó ayer Montoro en los márgenes consentidos de pago en efectivo, de 2500 euros para el español y 15000 para el extranjero porque es turista y viene a gastar (sic), habrá que decir “¡que consuman ellos!”.
A los demás se nos quitan las ganas de ahorrar; de tenerlo en el banco; de comprar, de pagar impuestos y hasta de vivir aquí. No lo digo por evadirme (con perdón) de mis responsabilidades ni por evitar costear mi cuota de la crisis que ni he creado ni tendría por qué pagar. No es tacañería. Es pereza. Una pereza inmensa en dar explicaciones a una Hacienda que se ha vuelto bulímica.
Escuchando a Montoro me dio la impresión de estar ante el típico navajero que te pincha en la barriga y dice “¡dame todo lo que tengas!” y cuando tú le dices “pero si no tengo nada”, él responde: “el peluco, dame el peluco” (reloj, para los clásicos). Y cuando intentas explicarle: “pero, tío, que es un casio de plástico, que esto no vale ná”, aún dice: “que me lo des, coño, que lo revendo”. Y sí, le darán 10 euros con suerte pero el mono es el mono.
El Estado parece estar así. Como una aspiradora en nuestros bolsillos. Aunque solo encuentre pelusas.